Hergé (y Tintín)

Un post para lectores de 7 a 77 años

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Georges Prosper Remi nació el 22 de mayo de 1907 en Etterbeek, Bélgica. Con 75 años de edad, murió en Bruselas en marzo del 83. Entre ambos momentos fue Hergé, y creó al personaje de cómic (seguramente) más reconocible de la historia: Tintín.

Hergé empezó pronto a dibujar, y lo hizo donde debuta la gran mayoría de artistas gráficos: en los márgenes de sus cuadernos escolares. Su seudónimo viene de la inversión de sus iniciales (G-R se convierte en R-G), y de la pronunciación de éstas en francés: [ɛʁʒe]. A grandes trazos, su biografía profesional habla de periódicos en los que empezó haciendo de todo y en los que dibujaría las primeras tiras de Tintín. El héroe del mechón rebelde nació en las páginas de Le Petit Vingtième, donde le atropelló la Segunda Guerra Mundial. El régimen nazi, una vez ocupada Bélgica, cerró el periódico y Tintín se mudó a Le Soir, el diario francófono líder, ahora en manos de la propaganda alemana, lo que le granjeó a Hergé acusaciones de colaboracionista. Lo fuera o no, el dato más relevante al respecto está en la última aventura publicada antes de la ocupación: la trama de El cetro de Ottokar se centra en el intento de anexión del reino de Syldavia (¿Austria?) por parte de Borduria (¿Alemania?), y el malo de turno es un tal Müsstler (¿Mussolini + Hitler?). La amenaza de la tijera nazi hizo que el belga abandonase la historia que tenía entre manos cuando llegó la esvástica, precisamente por sus connotaciones políticas (judíos, árabes, ingleses… lo que luego acabaría siendo Tintín en el país del oro negro) y se adentrara en aventuras totalmente inocentes. Los seis álbumes ideados o producidos durante la II Guerra Mundial, desde El cangrejo de las pinzas de oro hasta El templo del sol, esquivan cuestiones peliagudas. Y, posiblemente debido a la mayor sencillez de las tramas, favorecen la inclusión de secundarios, dos de ellos capitales para Tintín: el capitán Haddock y el profesor Tornasol.

A partir de finales de los 40, el fenómeno Tintín es ya mundial. Hergé pasa a estar muy rodeado de colaboradores, pero su perfeccionismo y su afán por documentarse provocan que la producción disminuya paulatinamente. A principios de los 80, inmerso en la creación del vigésimocuarto álbum de su personaje, pero ya gravemente enfermo, Hergé muere con dos de sus deseos cumplidos: ser enterrado en el cementerio de Dieweg (que no acogía sepulturas desde 25 años atrás) e impedir que las aventuras de Tintín fueran retomadas por otro dibujante. Quedó así inacabado Tintín y el Arte-Alfa, en uno de los cliffhangers más puñeteros que recuerdo…

Tintín fue la única gran creación de Hergé, aunque quizá es más correcto decir que su popularidad eclipsó al resto de criaturas. Cuesta realmente razonar el éxito de un personaje vacío de matices, en absoluto complejo, sin tormentos ni crisis alguna, sin un devaneo amoroso y con un entorno social reducidísimo. Tintín es un chico sin edad, sin profesión (sabemos que es periodista, pero sólo parece ejercer en las primerísimas aventuras) y con una personalidad abiertamente plana. Tintín, en realidad, es la nada. Cuesta pensar en otro protagonista tan desconocido y hermético para el lector, y a la vez tan exitoso. Cierto, encarna valores universales: es honesto, valiente, justo, etc. Es un lienzo tan en blanco que todos nos podemos ver dibujados en él. Pero precisamente eso lo convierte en un modelo de personaje que pertenece claramente a la primera mitad de siglo, a un estilo de cómic indiscutiblemente caduco (El capitán Trueno, por poner un ejemplo), y no a la época en la que estalló mundialmente, pasados los años 40 hasta hoy, cuando los héroes que triunfan tienen superpoderes (Superman), problemas (Spiderman), historias complejas o ricas (Akira, Corto Maltés), horribles pasados (Batman), o apelan directamente al humor (Ibáñez, Escobar, Jan…)

Quizá los tres pilares de Tintín sean la línea clara, una manera de dibujar que entra muy fácilmente por los ojos; la completa vinculación con la realidad, enriquecida con la ingente documentación que prácticamente obsesionaba a Hergé; y el apoyo de algunos personajes secundarios claramente encabezados por el brillante capitán Haddock.

Y un último factor: Hergé supo hacer evolucionar a Tintín. Los primeros álbumes nos presentan a un chico con trazos de egoísmo, racismo y una fea politización; para sus primeros pasos, Hergé apenas realizaría un trabajo de documentación, con lo que los países que visita Tintín se nos presentan llenos de tópicos. La URSS es un infierno en manos de los bolcheviques, el por entonces Congo Belga un desmadre llenos de negros vagos y tontos que sólo sobreviven gracias a la metrópoli, y Estados Unidos poco más que una aglomeración de vaqueros, indios y mafiosos. Lentamente, los lugares a los que viaja el reportero serán más fieles a la realidad, sobre todo tras la aparición en escena de Zhang Chongren, un joven artista chino residente en Bruselas a quien un amigo común presentó a Hergé, en un claro intento de que el belga tuviese un poco de cuidado en su representación de China justo antes de empezar a escribir y dibujar El loto azul. Los consejos de Zhang Chongren, que aparecería en ese álbum como Chang (y que repetiría en Tintín en el Tíbet), su pasión por transmitirle a Hergé los valores, la cultura y la historia de su pueblo, fueron desencadenantes de la fijación del autor por la documentación.

Con la incorporación de Haddock, el profesor Tornasol y los detectives Hernández y Fernández a la nómina de habituales, y Milú siempre presente, Tintín cede cierto protagonismo y las tramas son cada vez más ricas, con álbumes dobles (El secreto del Unicornio + El tesoro de Rackham el Rojo, Las siete bolas de cristal + El templo del sol, la saga lunar) o grandes títulos como El asunto Tornasol, Stock de coque o Vuelo 714 para Sydney. Mención aparte para Tintín en el Tíbet.

Llama la atención el nombre del álbum, que por primera vez desde 1939, cuando Hergé estaba preparando el aplazado Tintín en el país del oro negro, incluye la palabra “Tintín”. Diría que es también la única aventura en que no son los problemas quienes van a buscar al protagonista, sino que éste va de cabeza a ellos. Tampoco hay enemigos. Además, contiene la mayor concentración de personajes reales: Tchang Tchong Yen y el Yeti. Creo que además de ellos sólo Al Capone, visto fugazmente en Tintín en América, tiene el honor de haber acompañado a Tintín. Hergé nos coloca a su héroe en una misión no sólo imposible sino ilógica, y vemos sus primeras lágrimas desde que visitara China 25 años atrás. Es, sin duda, el álbum más personal de Hergé y su favorito. Fue creado en 1960, durante una época de grave crisis personal, y posiblemente le sirvió de expiación. Desde luego, lo que vino después fue casi un juego: en 1963 se edita Las joyas de la Castafiore, una suerte de autoparodia de las aventuras de Tintín ya que durante las innegociables 62 páginas del cómic no sucede realmente nada; en 1968, con Vuelo 714 para Sydney, Hergé se saca de la manga unos ovnis; y en el penúltimo paso, Tintín y los ‘Pícaros’ (1976), nos encontramos con unos cuantos terremotos tintinescos: el reportero ha cambiado sus míticos pantalones bombachos por unos tejanos, va en moto con casco hippie incluido, practica yoga… y lo mejor de todo es que ya no parece interesado en viajes, aventuras o problemas, rol que pasa a un Haddock maravillosamente trastocado por su nueva relación con el whisky.

En el tintero nos queda Tintín y el Arte-Alfa. La verdad es que éste fue el último golpe maestro de Hergé, que dejó el álbum interrumpido en el momento en que el malo de turno (de quien desconocemos la identidad pero sospechamos poderosamente que es Rastapopoulos) encañona a Tintín con una pistola. Los rumores hablan de un verdadero final de las aventuras del reportero en este álbum, ya que al parecer Hergé meditaba hacer que Tintín muriera en la terraza de su casa. Nunca lo sabremos.

Por Dani Rodríguez

Periodista de formación profesionalmente exiliado a países más cálidos. Buscando sitios donde jugar. Decidí empezar por el patio de ésta, mi casa, que también es vuestra.

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