Joaquín Sabina, los aviones

Tercera parte del repaso a su discografía (1989 – 1992)

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Viene de la segunda parte

De tener que exiliarse a llenar estadios. De potencial profesor de literatura a rey de la noche madrileña. De llamarse Joaquín Ramón Martínez a ser, simplemente, Sabina (pasando por Mariano Zugasti). La trayectoria del cantante andaluz más madrileño es un constante subidón, y con la llegada de los nunca suficientemente valorados años 90 se produce un salto que a la larga sería clave en su carrera, tanto por el éxito que le ha supuesto como por lo que ha influido en sus canciones. Porque al descorchar década, y coincidiendo con la publicación de Mentiras piadosas, Sabina cambia no ya los trenes por los hoteles, sino que se abona a los aviones: es el momento de acercarse de manera definitiva a Latinoamérica, empezando por México y Argentina.

Mentiras piadosas no es el mejor disco de Sabina. Es, seguramente, un pequeño paso atrás en cuanto a calidad, pero contiene algunos ingredientes maravillosos. La canción que abre el álbum es Eclipse de mar, una historia de amor vestida de crónica de sucesos. La conexión de las canciones de este disco con la realidad es mucho más pronunciada de lo habitual en la obra del de Úbeda: Pobre Cristina se centra en la figura de la pobre Cristina Onassis (Cris, Cris, Cristina / suspira y fantasea con que la piropea un albañil), tan millonaria como infeliz; El muro de Berlín se explica por sí sola; y Con un par glosa las aventuras de Dionisio Rodríguez Martín, más conocido como El Dioni, el vigilante de seguridad que se largó con el furgón blindado que en teoría debía custodiar, y con los 298 millones de pesetas que iban dentro, que era lo interesante; Sabina, adorador de canallas:

La de noches que he dedicado yo a planear
un golpe como el que diste tú con un par.

Un bocata con lima te llevaré,
con esta salsita encima a Carabanchel.

Del resto del disco destacan cuatro temas, posiblemente los de más calidad. El primero de ellos es Y si amanece por fin, una aplauso atronador a las historias de una noche, que acaban convertidas en mañanas y mueren.

Y si amanece por fin
y el sol incendia el capó de los coches,
baja las persianas.
De ti depende, y de mí,
que entre los dos siga siendo ayer noche,
hoy por la mañana.

Y tal vez
no tengamos más noches.
Y tal vez no seas tú,
y tal vez no seas tú,
la mujer de mi vida.

La buena reputación
es conveniente dejarla caer
a los pies de la cama.
Hoy tienes una ocasión
de demostrar que eres una mujer
además de una dama.

Tan discreta pero efectiva como ésta es la canción que cierra el disco: A ti que te lo haces. Estructura repetitiva, usando la marca de la casa que es la enumeración, para un tema que se mantiene en el terreno de las relaciones fugaces:

A ti que te lo haces
de baile de disfraces cada día.
A ti que te lo montas
de niña tonta en medio de una orgía.
A ti que te has colado
en el coto privado de mi vida.
A ti que aun no sabes
los besos que te caben en la boca.
A ti que has preferido
vivir como si nada fuera eterno.

A ti que has detenido con un beso el reloj,
a ti que me enfermas,
a ti que eres mi envenenada medicina.

Con la frente marchita es la joya del disco… pero solamente porque Medias negras no explotará hasta muchos años más tarde, cuando Sabina la retoque para su directo Nos sobran los motivos. Con la frente marchita es pura Argentina, puro Buenos Aires.

Sentados en corro,
merendábamos besos y porros
y las horas pasaban deprisa
entre el humo y la risa.
Te morías por volver,
“con la frente marchita”, cantaba Gardel.
Y entre citas de Borges
Evita bailaba con Freud.
Ya llovió
desde aquel chaparrón hasta hoy.

Iba cada domingo
a tu puesto del rastro a comprarte
carricoches de miga de pan,
soldaditos de plata.
Con agüita del mar andaluz
quise yo enamorarte,
pero tú no tenías más amor
que el de Río de la Plata.

Duró la tormenta
hasta entrados los años ochenta,
cuando el sol fue secando la ropa
de la vieja Europa.
No hay nostalgia peor
que añorar lo que nunca jamás sucedió.
Mándame una postal de San Telmo, adiós, cuídate;
y sonó entre tú y yo el silbato del tren.

Iba cada domingo
a tu puesto del rastro a comprarte
carricoches de miga de pan,
soldaditos de plata.
Con agüita del mar andaluz
quise yo enamorarte,
pero tú no tenías más amor
que el de Río de la Plata.

Aquellas banderas
de la patria de la primavera,
a decirme que existe el olvido
esta noche han venido.
Te sentaba tan bien
esa boina calada al estilo del Ché…

Buenos Aires es como contabas,
hoy fui a pasear
y al llegar
a la plaza de Mayo me dio
por llorar
y me puse a gritar: “¿Dónde estás?”

Y no volví más
a tu puesto del rastro a comprarte
corazones de miga de pan,
sombreritos de lata.

Y ya nadie me escribe diciendo:
“No consigo olvidarte”.
Ojalá que estuvieras conmigo
en el Río de la Plata…

Y no volví más
a tu puesto del rastro a comprarte
carricoches de miga de pan,
soldaditos de lata.

Es un chute de nostalgia que cristaliza justo en la que para algunos es la mejor frase de toda la discografía de Sabina: no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Una verdad como un templo en una canción que huele a amores de verano, a esas historias que acaban antes de empezar, todo ello además salpimentado con un retrato de la Argentina de la época, la de la Escuela de Mecánica de la Armada…

Para cerrar, la curiosa Medias negras. Una tema que originalmente, y pese a su excelente letra, no pasa de ser correcto. Se queda en el cajón de las historias urbanas de Sabina, de esos retratos en los que mezcla poesía y alcantarillas; sin embargo, casi una década después, con un cambio sustancial en lo musical y algún leve retoque vocal (la primera estrofa, que estará localizada en su tierra; el trueque de ordenador por algo mucho más propio, Gibson Les Paul; la actualización a Brad Pitt como modelo de belleza, aunque sin desmerecer a Steve; y una coda maravillosa coronada con ese “puedes volver a robarme, pero tendrás que besarme”), la canción se cuela tranquilamente en el top10 del cantante… aunque para eso habrá que esperar a Nos sobran los motivos.

La vi en un paso cebra,
toreando con el bolso a un autobús,
llevaba medias negras,
bufanda a cuadros, minifalda azul.

Me dijo: “¿Tienes fuego?
Tranqui, que me lo monto de legal,
salí ayer del talego…
qué guay si me invitaras a cenar”.

Me echó un cable la lluvia,
yo andaba con paraguas y ella no.
“¿A dónde vamos, rubia?”
“A donde tú me lleves”, contestó.

Así que fuimos hasta
mi casa. “Que es el polo”, le advertí.
“Con un colchón nos basta,
de estufa, corazón, te tengo a ti”.

Recalenté una sopa con
vino tinto, pan y salchichón.
A la segunda copa,
“¿Qué hacemos con la ropa?”,
preguntó.

Y yo que nunca tuve más
religión que un cuerpo de mujer,
del cuello de una nube
aquella madrugada me colgué…

Estaba sólo cuando
al día siguiente el sol de desveló
me desperté abrazando
la ausencia de su cuerpo en mi colchón.

Lo malo no es que huyera
con mi cartera y con mi ordenador
peor es que se fuera
robándome además el corazón…

De noche piel de hada,
a plena luz del día Cruella de Ville.
Maldita madrugada,
¡y yo que me creía Steve McQueen!

Si en algún paso cebra la encuentras,
dile que le he escrito un blues;
llevaba medias negras, bufanda a cuadros,
minifalda azul…

En el año mágico de 1992, Sabina publica Física y Química, su primer disco propiamente de los 90, el que abre una serie de cuatro joyas que culminará en el fabuloso 19 días y 500 noches. Física y Química es el primer gran disco de Sabina, fruto de la mezcla entre el desfase creativo de aquella época y la experiencia acumulada. Cuando se edita, el Joaqui ya es padre de dos niñas (la primera, Carmela Juliana, es pre-Mentiras piadosas), aunque su relación con Isabel Oliart (la madre) ha pasado a mejor vida y ahora la musa se llama Cristina Zubillaga, modelo mallorquina para más señas. Los 90 son locos para Sabina, y de ellos salen sus mejores canciones. Las primeras, en este disco bautizado en honor a unas palabras de Severo Ochoa: “El amor es física y química”. Amén.

Cualquier orquesta de pueblo que se precie tiene en su repertorio la primera canción de Física y Química: Y nos dieron las diez. Un vals (jamás lo hubiera dicho, de hecho perdí una apuesta) cuyo estribillo ha llenado las noches de verano de media población hispanoparlante del planeta. Como dice el propio Sabina, quizá sea la canción que más le sobreviva: “Dentro de veinte años las orquestas de los pueblos tocarán, seguro, Y nos dieron las diez“. Una historia con el inevitable punto canalla, crónica más que probable de muchas de sus noches; un estribillo universal:

Y nos dieron las diez y las once,
las doce y la una y las dos y las tres
y desnudos al amanecer nos encontró la luna…

Curiosidad: del mismo embrión, esos dos versos iniciales (Fue en un pueblo con mar una noche después de un concierto / tú reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto), nació Ojos de gata, de Los Secretos; según la leyenda, Sabina garabateó en una servilleta dichos versos para cedérselos a su buen amigo Enrique Urquijo, pero le gustaron tanto que también trabajó a partir de ellos. Dos comienzos, dos canciones parecidas, pero dos resultados diferentes.

El disco sigue con Conductores suicidas, dedicada silenciosamente a Manolo Tena, amigo, enemigo y luego amigo de nuevo de Sabina. Yo quiero ser una chica Almodóvar es un retrato pop del universo del cineasta manchego, lleno de referencias a sus películas y a sus alrededores. A la orilla de la chimenea transita por la acera contraria a lo habitual en Sabina: es una canción de amor, y no de desamor, como sí lo es Amor se llama el juego, dedicada a su idolatrada Isabelita Oliart.

Un dios triste y envidioso nos castigó
por trepar juntos al árbol
y atracarnos con la flor de la pasión,
por probar
aquel sabor.

El agua apaga el fuego
y al ardor los años.
Amor se llama el juego
en el que un par de ciegos
juegan a hacerse daño.

Y cada vez peor,
y cada vez más rotos.
Y cada vez más tú,
y cada vez más yo,
sin rastro de nosotros.

Pastillas para no soñar es un canto a los excesos y al carpe diem, lleno de ironía y coronado por ese fabuloso concepto: pastillas para no soñar. Cuenta, además, con la colaboración de Andrés Calamaro, que por aquel entonces arrancaba con Los Rodríguez su carrera en España y al que se oye de coro hacia el final de la canción. Pastillas para no soñar no es, desde luego, lo más excelso de Sabina, pero a día de hoy la usa para cerrar muchos de sus conciertos, lo cual no está nada mal…

Dos de los temas del disco están dedicados por el músico a sus hijas. El primero es La del pirata cojo, compuesto “para que le bajara la fiebre a Carmela”, la mayor, y el otro es Los cuentos que yo cuento, escrito para que Rocío, la pequeña, se riera “con la disparatada historia de sus abuelos”. Esta última no pasa de ser, efectivamente, una historia graciosa y con mala leche; La del pirata cojo, sin embargo, ha ido cogiendo vuelo con los años y es una de las grandes de Sabina. Una canción que bebe del cine, de la literatura, de la cultura popular, de todos los rincones del mundo. Un brillante ejercicio de escapismo, y un auténtico himno de los conciertos de el Joaqui… Todo esto es lo que muchos quisiéramos ser:

Al Capone en Chicago,
legionario en Melilla,
pintor en Montparnasse.

Mercader en Damasco,
costalero en Sevilla,
negro en Nueva Orleans.

Viejo verde en Sodoma,
deportado en Siberia,
sultán en un harén.

Policía ni en broma,
triunfador de la feria,
gitanito en Jerez.

Tahur en Montecarlo,
cigarrillo en tu boca,
taxista en Nueva York.

El más chulo del barrio,
tiro porque me toca,
suspenso en religión.

Confesor de la reina,
banderillero en Cádiz,
tabernero en Dublín.

Comunista en Las Vegas,
ahogado en el Titanic,
flautista en Hamelin.

Billarista a tres bandas,
insumiso en el cielo,
dueño de un cabaret.

Arañazo en tu espalda,
tenor en Rigoletto,
pianista de un burdel.

Bongosero en la Habana,
casanova en Venecia,
anciano en Shangri-La.

Polizón en tu cama,
vocalista de orquesta,
mejor tiempo en Le Mans.

Cronista de sucesos,
detective en apuros,
conservado en alcohol.

Violador en tus sueños,
suicida en el viaducto,
guapo en un culebrón.

Morfinómano en China,
desertor en la guerra,
boxeador en Detroit.

Cazador en la India,
marinero en Marsella,
fotógrafo en Playboy.

Dejo para el final ese cuento para mayores de 18 que es Peor para el Sol. Heredera directa de Medias negras, aunque con final menos amargo, Peor para el Sol es otra muesca más en una de las temáticas centrales no ya de Física y Química, sino de la discrografía de Sabina: la noche. La noche en que nos dan las doce, y la una, y las dos y las tres… la noche retratada en Todos menos tú, una foto-finish de la fauna madrileña de la época, o en La canción de las noches perdidas, ésas que todos conocemos tan bien… las noches de pleno Carnaval, las noches de mover el coche, las noches en las que nunca falta sal, las noches en que hay que olvidarse las pastillas para no soñar… las noches, en definitiva, de la Luna. Por que el Sol, peor para él, se va a dormir a eso de las siete:

Vivo justo detrás de la esquina,
no me acuerdo si tengo marido.
Si me quitas con arte el vestido,
te invito a champán.
Le solté al barman mil de propina,
apuré la cerveza de un sorbo,
acertó quien ‘El templo del morbo’
le puso a este bar…

Y después, ¿para qué más detalles?
Ya sabéis: copas, risas, excesos…
¿Como van a caber tantos besos
en una canción?

Volvi al bar a la noche siguiente,
a brindar con su silla vacía.
Me pedí una cerveza bien fría,
y entonces no sé
si soñé o era suya la ardiente
voz que me iba diciendo al oído:
“Me moría de ganas, querido
de verte otra vez”.

Peor para el Sol,
que se mete a las siete en la cuna
del mar a roncar,
mientras un servidor
le levanta la falda a la Luna…

Dice el amigo Pablo Garcés, autor de una de las mejores webs sobre Joaquín Sabina que existen, que “es difícil explicarle a los amigos, cuando tienes 14 años, que te gusta Joaquín Sabina”. Y tiene toda la razón del mundo. A veces sigue costando con 30. Para mí es fácil entenderlo desde ese año 92, ese mágico 92, en que papá puso la cinta de Física y Química en el coche y empecé a preguntarme quiénes eran Archy, Joy y Stella, a buscarme un futuro en La del pirata cojo, a apiadarme del Sol, a querer llamar al 369 22 30. Para mí, un disco sentimental, porque fue el primero que tuve en las manos, en formato casette… que aún conservo. En general, creo, el primer gran disco de Sabina. Y, sin duda, el primer paso del gran paseo triunfal que serán los enormes 90

Próximamente: Joaquín Sabina, los excesos

Por Dani Rodríguez

Periodista de formación profesionalmente exiliado a países más cálidos. Buscando sitios donde jugar. Decidí empezar por el patio de ésta, mi casa, que también es vuestra.

4 comentarios

  1. Dani, aunque (excesivamente) tarde, te felicito por la entrada. Adoro este recorrido que estás haciendo por la discografía de Sabina, y tenía especial interés en leer esta entrada. Por un lado, por confirmar la sospecha de que la que señalabas como la mejor frase de sus canciones era, sin duda, la excelente cita de “Con la frente marchita”. Y, por otro lado, porque, aunque es cierto que no brilla por su calidad en comparación con otros, “Mentiras piadosas” es, para mí, un disco muy especial. Fue el primer disco de Sabina que cayó en mis manos y, aún hoy, no puedo evitar temblar cuando escucho esa “voz tiritando en la cinta del contestador” o me quedo a solas “con el íntimo enemigo que malvive de pensión en mi corazón”. Con este disco aprendí que “en historias de amor conviene a veces mentir” y que existe la posibilidad “de demostrar que eres una mujer además de una dama.”
    Un disco, en definitiva, que no destaca especialmente, pero que tiene, a pesar de todo, muchos detalles en los que merece la pena fijarse.
    ¡Gran post! :)

  2. ¡Gracias! Me alegro de que te guste :D

    Es cierto que cada uno tiene un disco de Sabina muy propio, y suele ser aquél con el que se inició. Sobre todo si empiezas a escucharlo de joven, cuando no tienes muy claro por qué te gusta un tío que no suele apasionar a los de tu edad… como fue mi caso. Yo descorché a Sabina con ‘Física y química’ :)

    PD. Muy, pero que MUY fan del verso que citas: “demostrar que eres una mujer además de una dama”, ¡es brillante!

  3. Buenas

    Acabo de encontrar tu blog de casualidad, buscando sabina en google y me he quedado pillado…
    No hago más que leer entradas y entradas en estado febril como la carta de amor de un preso que diría mi, nuestro admirado Sabina.
    Genial la descripción del gol de Dennis Bergkamp…
    Eso si como en mi trabajo fisgen mis conexiones a internet la tarde de hoy no me la pagan…
    Gracias, y te seguiré leyendo

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