Mourinho a medias (y II)

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Imagen de Jose Mourinho

Viene de la primera parte

Habíamos dejado a José Mourinho de rodillas, mirando el cielo de la noche madrileña, esa noche que ha inspirado a tantos. Su cuerpo celebra la tercera Copa de Europa del Inter, la primera en casi medio siglo, pero su vista ya está puesta en el banquillo del Santiago Bernabéu. En la rueda de prensa posterior al partido, el portugués habla abiertamente del interés del Real Madrid; Massimo Moratti, presidente interista, comenta que todavía hay una “pequeña oportunidad” de que el entrenador se quede. Es decir, que está decidido: Mourinho se va al Real Madrid. Sabe que si quiere coronarse como rey del mundo no hay mejor manera que brindarles a los blancos la décima Champions…

Mourinho había plantado al Benfica y al União de Leiria en Portugal, y en Inglaterra había salido de forma tormentosa del Chelsea; un año de contrato por delante con el Inter, pues, no parece un impedimento a la hora de hacer las maletas. El Madrid, por su parte, se lame las heridas de una temporada marcada por el Alcorconazo en Copa y por un nuevo fracaso en Champions: seis años consecutivos apeados en octavos de final. El entrenador sabe que el Bernabéu es su destino natural y el club abraza la idea de colocar también en el banquillo los millones que ya tiene en el campo: Cristiano Ronaldo, Kaká, Benzema… Tras una negociación nada barata, cifrada en ocho millones de euros, Mou se viste de blanco.

Arrodillado en el césped del Bernabéu, recién coronado con el Inter, Mou sabe que el Madrid es el único pase adelante que puede dar. Al mismo tiempo, es muy posible que sea también consciente de que su tradicional all-in, en esta ocasión, es ligeramente distinto. Porque en el Chelsea de los millones bastaba con presentar una Liga para que la afición firmara el notable, o incluso el sobresaliente. Porque en el Inter depresivo, el Inter que acumulaba scudetti solamente porque los demás hacían trampas, bastaba con inyectar moral y carácter. Mourinho psicoanalizó a la perfección a los dos clubes, y triunfó como nadie lo había hecho en ellos desde décadas atrás. Sin embargo, el reto de levantar al Madrid es distinto: es un club ganador por naturaleza.

En primera instancia, en realidad, el esquema parece repetirse. Al poco del desembarco del portugués, el Real cumple dos años sin levantar título alguno, desde la Supercopa de España en agosto de 2008. Como viejo conocido del fútbol español, Mourinho es perfectamente consciente de que dos años secos son muchos en Chamartín, especialmente si durante esos meses el Barcelona ha celebrado dos Ligas, una Champions, una Copa del Rey, ambas Supercopas y el Mundial de Clubes. Quizá su nuevo club no tenga las carencias históricas del Chelsea o la tendencia a la depresión del Inter, pero sí vive un momento bajo. Por suerte, y como ha sido habitual en su carrera, las piezas para levantar ese boxeador grogui que es el Real Madrid están ahí, listas para que The Special One construya otra apisonadora. Tiene a Cristiano Ronaldo, ganador nato como él, el único capaz de discutirle algo a Messi. Tiene a Florentino Pérez a su disposición, que le ficha a cracks como Özil, a promesas como Di María, a viejos conocidos como Carvalho. Tiene a la prensa consigo, una prensa que huele títulos, que cubre su presentación en directo, que incluso tira de figuras políticas para decir lo que todo el mundo sabe. Que Mou vive un idilio con ganar ligas y finales.

En noviembre de 2010, a los pocos meses de estar en el cargo, Mourinho debuta de blanco en el Camp Nou. Se lleva un 5-0 en contra, un resultado que Florentino Pérez cataloga como el peor en la historia del club. Jorge Valdano, director deportivo, critica la falta de reacción de Mourinho durante el partido, haciendo ver que apenas salió del banquillo para corregir la deriva de sus jugadores. El portugués, a preguntas de la prensa, niega el adjetivo humillante. Las portadas agachan la cabeza, pero no tiran contra Mou. Todos saben que el momento para evaluar al portugués es en junio, con los exámenes finales. En cambio, él sí carga contra el mundo. Al fin y al cabo, es parte de su all-in:

[Sobre Arsène Wenger] Creo que es un voyeur. Le gusta observar a los demás. Hay algunos tíos que, cuando están en casa, tienen un gran telescopio con el que miran qué pasa en otras cosas. Y él no para de hablar, hablar y hablar sobre el Chelsea

[Sobre Frank Rijkaard, que presuntamente influyó en el árbitro Anders Frisk durante el descanso de un partido europeo entre Chelsea y Barcelona] Cuando vi a Rijkaard entrar en el vestuario del ábritro no podía creerlo, pero entonces cuando expulsaron a Drogba no me soprendí

Estudié italiano para poder llegar y comunicarme con los jugadores y los aficionados. Ranieri lleva cinco años en Inglaterra y todavía sufre para decir ‘good morning’ y ‘good afternoon’

Ya no soy entrenador del Chelsea, no tengo que defender a nadie de allí, así que supongo que está bien que diga que Drogba es un piscinero

Había sido así en Inglaterra, había sido así en Italia… ¿por qué no iba a serlo en España? Mou mueve siempre el árbol para ver qué cae. Se lo puede permitir, a riesgo de tirar el árbol al suelo, porque profesionalmente no le hace falta casarse con nadie; de modo que sigue zarandeando, sigue poniendo fichas en su apuesta. No se corta con la prensa, y enfila a Valdano, que acaba despedido cuando todavía él no lleva un año en el club. Su puesto en la dirección deportiva lo absorbe el propio Mou. Poderes totales, carta blanca. Con cada paso tiene más capacidad de decisión y de que el éxito dependa de él, pero también, claro, de convertirse en el único responsable de un fracaso.

La temporada acaba mal: segundos en Liga, por detrás del Barça, y eliminados en semis de Champions, también por el Barça. El doble choque contra los azulgranas marca a fuego la trayectoria de Mou en Chamartín: son los días del ¿Por qué?. Hay palabras duras contra Guardiola y la UEFA. El discurso del portugués abre definitivamente las aguas y unifica al madridismo entorno a una idea, la del fraude arbitral. El debate en las tertulias no es futbolístico. Ni siquiera arbitral. Se centra en ver si Pepe tocó a Alves, síntoma tanto del efecto Mou como de la degradación abyecta que sufre el periodismo deportivo.

La consecución de la Copa del Rey cauteriza las heridas del primer año Mou: por mucho que sea un trofeo mediano, ha sido fruto de pelearle la final al eterno rival, y además pone fin a una larga racha de sequía copera. Nuevamente, el factor nostalgia, como lo fue la Premier en Londres y la Champions en Milán.

La segunda temporada amanece con tormenta: derrota contra el Barcelona en la Supercopa de España, el día en que el mundo conoció a Tito Vilanova. Mourinho le metió el dedo en el ojo durante una trifulca multitudinaria y posteriormente le ninguneó en la rueda de prensa, llamándole “Pito Vilanova” y afirmando no saber quién era. Algunos medios (los menos) ni mencionaron el incidente, otros sí; alguien en el Bernabéu tuvo la feliz idea de decirle a Mou, vía pancarta, que su dedo enseñaba el camino a la afición blanca. La resaca de los cuatro clásicos de abril, mezclada con el caso Tito, empiezan a disparar alarmas. El all-in de Mourinho quizá no es compatible con un club que siempre habla de señorío. El portugués, obviamente, no se da por aludido y sigue subiendo la apuesta. Por ejemplo, censurando que los internacionales españoles madridistas mantengan una buena relación con sus colegas del Barça.

Una vez más, los títulos acuden en su ayuda. Cierto que se vuelve a caer en semifinales de Champions (Bayern y los penaltis), y que en Copa se muerde el polvo ante el Barça en cuartos. Pero la Liga todo lo puede. Una Liga ganada, además, con récords de victorias totales (32), victorias a domicilio (16), puntos (100), goles (121) y diferencia de goles (+89). De propina, nueve puntos de ventaja al enemigo culé. La prensa tira de metonimia y personifica en Mou el espectacular rendimiento liguero. Florentino saca la billetera para blindar a su entrenador hasta 2016, pese a que el balance del portugués es netamente inferior al que presentó en sus dos primeros años completos en cualquiera de sus anteriores clubes. No estuve allí, pero seguro que Florentino, mientras le tendía el bolígrafo, avisaba: “De este año no pasa. Este año, la décima sí o sí”.

Y no, la décima no ha caído en 2013. El mayor salto mortal de The Special One ha resultado no tener red. Ni los árbitros como en 2011, ni los penaltis como en 2012. El Borussia Dortmund, no habitual entre la aristocracia europea (quizá uno de esos equipos a los que Mourinho no entrenaría), frustra las aspiraciones del Madrid nuevamente en la penúltima ronda del torneo. El entrenador prácticamente se despide en rueda de prensa: “Puede que no esté aquí la próxima Champions”. Tiene palabras para todos, desde los medios (“En Inglaterra me tratan con justicia, en España hay personas que me odian y muchos están aquí, en esta sala de prensa”) hasta la afición y los jugadores (“Obviamente me gusta estar donde la gente me quiere sin reservas, donde me quieren en todas las áreas”)

Mourinho se va dejando un legado de Liga y Copa, al menos en la parte tangible. En lo intangible, su discurso se ha centrado en la consecución de tres semifinales de Champions, frente a los octavos alcanzados en las seis campañas anteriores. El problema es que él llegaba para ganarla; acercarla es un logro menor en su mundo de all-ins. “El Real Madrid me atrae por su historia, por sus frustraciones recientes y por sus expectativas de victoria”, afirmaba en su presentación; nadie podía acusarle de no saber qué terreno pisaba, pero todos sabíamos que las frustraciones del Madrid en el verano de 2008 no tenían nada que ver con las de cualquier otro club en el que hubiera estado antes. En otro lugar, Mourinho habría ganado tres cuartos de final consecutivos, pero en el Real Madrid ha perdido tres semifinales. Tres resultados que, en el Bernabéu, no se pueden vender como victorias, especialmente cuando has fiado todo a ello, porque no olvidemos que, entre otras muchas cosas, Mou se va peleado con Casillas, Sergio Ramos y Cristiano Ronaldo, posiblemente la columna vertebral del equipo.

El fracaso de Mourinho no es deportivo, o al menos no lo es totalmente. Es el fracaso de su propio modelo. Cuando lo fías todo al resultado y el resultado llega, la vida es azul, o azul y negra, o blanca. Pero cuando no hay fin que justifique los medios, ni siquiera el más especial del mundo resiste…

Por Dani Rodríguez

Periodista de formación profesionalmente exiliado a países más cálidos. Buscando sitios donde jugar. Decidí empezar por el patio de ésta, mi casa, que también es vuestra.

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