‘Downton Abbey’, delicia aristocrática

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Nueve premios de 27 candidaturas en tan solo dos ediciones de los premios Emmy (la serie no americana más nominada de la historia), más 2 BAFTA, más 2 Globos de Oro, más una genial parodia en Saturday Night Live. Son algunas de las líneas del curriculum vitae de Downton Abbey, un CV brillante que invita al espectador a mudarse a la campiña inglesa en raciones de cuarenta y pico minutos. Pero, ay, por mucho premio y mucho bombo que acumule, Downton Abbey huele a culebrón, a drama trasnochado, a naftalina. A serie viejuna para público viejuno. Sin embargo, Game of Thrones también es un culebrón y pocos se quejan, así que… ¿por qué no darle una oportunidad a los Crawley? El piloto seduce, el segundo episodio atrapa. Ya no sales de Downton.

Lo primero que hay que saber de Downton Abbey es que es una serie británica, con actores británicos. Puede parecer una chorrada, pero no lo es. El nivel medio de las series inglesas está varios escalones por encima de la ficción estadounidense, que pese a todo y como siempre tiene más presencia internacional. Los british llevan muchos años firmando maravillas como Shameless, Dr. Who o, más recientemente, Black Mirror. Hoy en día, llevar el sello inglés es casi sinónimo de calidad. Y, obviamente, nadie mejor que ellos mismos para crear una serie ambientada en el condado de Yorkshire a principios del siglo XX.

Downton Abbey es la historia de los Crawley y sus alrededores. Los Crawley son una familia aristocrática ligada al título del condado de Grantham y encabezada por Robert, actual conde, y Cora, su esposa. Lo más probable es que los encuentres sentados en el salón, comiendo o abriendo cartas, junto a sus tres hijas. La mayor necesita un marido, aunque no está dispuesta a coger al primero que pase; la mediana vive un poco envenenada porque no tiene todos los focos que cree merecer; y la pequeña es la rebelde. Al fondo, posiblemente sentada o apoyada en su bastón pero con una mente más activa que el resto de los personajes aunque les doble la edad, está Violet, la condesa viuda, madre de Robert. Interpretada por la espectacular Maggie Smith, el personaje de Violet es el auténtico robaescenas de la serie, un breakout character de tomo y lomo.

Los alrededores son el servicio: mayordomo, ayudantes de cámara, doncellas, cocineras, chófer, etc. Juntos forman un pequeño microcosmos de reyes, ministros y peones, un universo más complejo de lo que parece en primera instancia, un lugar donde todo el mundo tiene una vida (aunque no lo aparente) y donde poco a poco iremos descubriendo que los juegos de poder son casi más importantes, elaborados y sobre todo crueles que en el piso de arriba, donde sus señores toman té. Llama la atención que los sirvientes tengan más sueños, más metas, más vida… que algunos de los ricos dueños.

Recién finiquitada la primera temporada, no puedo ser más fan de Violet y su ocasional anacronismo (“What is a weekend?“), de la sencillez aplastante de Anna, del caprichismo bien llevado de Mary, de la trama del turco en general, del hijoputismo de Thomas, de la rebeldía de Sybil (la Abi de 15 Milion Merits) y del estoicismo de Matthew. En general, de unos diálogos intensamente trabajados, que a veces llevan a duelos interpretativos geniales: Violet vs. Isobel, Mary vs. Matthew… casi rozando el Monkey Island. Pero sobre todo, sobre todo, no puedo ser más fan de la manera de decir “Papa” y “Mama” que tienen estos aristócratas…

Si algo malo le achaco es un pequeño exceso de buenrollismo… pero tal y como acaba la primera temporada quizá no dure mucho.

Por Dani Rodríguez

Periodista de formación profesionalmente exiliado a países más cálidos. Buscando sitios donde jugar. Decidí empezar por el patio de ésta, mi casa, que también es vuestra.

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