Cuesta creerlo, pero los tres transatlánticos de esta liga han vuelto a pinchar, una jornada más. El Real Madrid ya está fuera de la lucha, y ni los sucesivos batacazos ajenos le han servido para llegar al final con opciones. A los de Ancelotti les han faltado pies para pegarse tiros: empate en casa ante un tocado Valencia, que venía de presenciar su propio asesinato en Europa League; otro nulo en Valladolid, con una segunda parte de pacotilla; y un tercero, el gordo, en Balaídos, a manos del en teoría próximo gran rival, Luis Enrique. Los goles de Vigo dejan claro que el Madrid se bajó del tren liguero hace semanas, posiblemente tras el choque contra el Valencia, salvado a ultimísima hora con una filigrana de Cristiano. Obviamente, hay otra gran razón, la mayor: la Décima, el Santo Grial blanco. La generación de los Ramos, Benzema, Di María, Bale o Modric, la tienen entre ceja y ceja por aquello de incorporarla al palmarés. Otros, como Ronaldo o Alonso, por aquello de ganarla vestidos de blanco. Y otros, como Casillas, porque saben qué significa para el ADN merengue… por mucho que algunos quieran denegárselo al portero. Conclusión: la cabeza en Lisboa, como ya pasara en Amsterdam, París o Glasgow, cuando cayeron las tres Champions recientes, todas en cursos en los que el Madrid penó en Liga.
El amor madridista por la orejona parece provocarle estragos dignos del mejor enamoramiento, como si al asomarse al balcón y verla olvidase otras batallas. La liga, desde luego, no es un premio menor, y jugadores y aficionados la echarán de menos si vuelven de Lisboa de vacío. Los blancos tendrán que contrarrestar la alegría del vecino con su mayor experiencia, aunque las cosas en la alineación no pintan del todo bien. El timón Alonso verá la final desde la grada, y su sustituto ni está ni se le espera: Illarramendi sigue en el diván tras su mal partido en la vuelta de los cuartos de Champions contra el Dortmund. A los problemas anímicos del vasco se suman los físicos de Benzema (rodilla) y Pepe (gemelo), dos piezas clave, entre otros.
Con el Real fuera, la liga es cosa de dos: Atlético y Barça, que además se verán las caras en la última jornada. Y las cuentas son facilísimas: una victoria azulgrana en casa les convierte en campeones, mientras que todo lo demás es oro para el Atleti. Ni uno ni otro llegan en buena forma. Los de Simeone han sumado un punto de los últimos seis en juego, quizá por culpa de una distracción como la cita de la Champions. El consuelo es que los demás tampoco han atinado, aunque ya no hay más bolas extra: dos partidos, dos finales. Simeone es la bandera perfecta para un equipo que ha peleado con menos armas (presupuesto y banquillo) que sus dos rivales, pero sobre todo el escudo necesario para una afición que ha logrado quitarse ese aura depresiva que le venía encorvando los hombros. El triunfo del Atlético, además, es el triunfo de una tercera vía. Necesaria tercera vía tras años de un duopolio, Barcelona y Madrid, Madrid y Barcelona, al que no se le adivinaba fin cercano.
Al fondo, sentado en las escaleras mientras los demás juegan en el patio, vive entre enfurruñado y lloroso un desconocido Barça. Club tremendista y nostálgico por tradición, había dado con la combinación ganadora gracias a Cruyff primero y a su versión 2.0, Pep Guardiola, después. Los azulgrana trazaron, letra a letra, un camino de ida y vuelta a la Luna con los titulares favorables publicados durante los últimos años, y de tanta copa se dirían más empachados que borrachos. El incendio de un posible fin de ciclo se ha visto avivado con otros factores que han dejado al equipo KO, el más demoledor en la figura del difunto Tito Vilanova. De alguna manera incomprensible, el Barça sigue en la pomada. Parecía descartado con el 2-0 del Villarreal, recién comenzada la segunda parte del partido de El Madrigal; remontó. Dijo adiós, literalmente y por boca de miembros de la plantilla, cuando el Getafe arañó un 2-2 en el Camp Nou; acabó recortando un punto al líder. La siesta en Elche tampoco ha sido impedimento para que lo del sábado sea una final liguera. Martino, el hombre que pasaba por allí, se puede llevar un premio gordo a Argentina. El Tata le ha dado al banquillo culé aspecto de parada de autobús, solo que él no espera ninguno en especial. Está simplemente esperando a que acabe de llover…