Se ha terminado la Liga y con ella se va también José Mourinho, el entrenador más famoso del deporte más seguido del planeta. En realidad no es que se vaya, más bien se trata de una salida forzada después de tres años en uno de los banquillos más complicados del mundo del fútbol: el del Real Madrid. Tres años con muchas victorias, tres temporadas atestadas de goles, pero tres ciclos sin títulos, o al menos sin la cantidad esperada. No soy de los que piensa que Mourinho ha fracasado en el Bernabéu, puesto que le ha tocado pelear contra un Barcelona estratosférico al que ha sido capaz de arañarle una Liga y una Copa; sí creo que Mourinho ha fracasado como Mourinho, por primera vez en su carrera. La apuesta del portugués es total, un doble o nada existencial que, año a año, club a club, le ha funcionado. Un all-in futbolístico y mediático que en Madrid ha hecho aguas. Un Mourinho a medias.
En diciembre del año 2000, Mou entrenaba al Benfica, uno de los clubes históricos de Portugal. Era su primera experiencia como responsable de un equipo, tras foguearse en su país durante los primeros 90 al lado de Bobby Robson, seguir luego al inglés al Barça, y quedarse allí para echarle una mano a Louis Van Gaal. Entrenar al Benfica no estaba nada mal para un tipo de 37 años sin un pasado relevante como jugador. Sin embargo, a principios de diciembre y tras unas elecciones presidenciales, Mou lanzó un órdago a su nuevo jefe, aprovechando un 3-0 contra el Sporting, el gran rival de la ciudad: pidió una mejora de contrato. El recién entronizado, Manuel Vilarinho, le dijo que no, así que Mou hizo las maletas. Era la novena jornada de Liga. Cuatro meses más tarde dirigía a un equipo menor, el União de Leiria, que por cierto acabó la temporada superando al Benfica en la tabla, una tendencia que se mantendría durante el arranque de la 2001/02: el Leiria de Mou iba como un tiro, tercero, no ya solo por delante del Benfica sino también del Oporto, otro de los dominadores del fútbol luso. Precisamente los blanquiazules llamaron a su puerta, y en enero de 2002, un año después de largarse del Benfica, Mou capitaneaba al mayor rival, que no pasaba por su mejor época: tras tiranizar los 90 (ocho ligas en diez años), llevaba tres temporadas sin mojar.
Una sequía de tres años no debería ser traumática en un club que durante las cinco primeras décadas del campeonato portugués sumó únicamente siete trofeos ligueros. Sin embargo, la memoria futbolística es corta, y desde mediados de los 80 los aficionados del Oporto habían celebrado más de la mitad de las ligas disputadas, de modo que calculo que no solo ellos, sino posiblemente también los directivos, sentían la urgencia de volver a lo más alto. Costumbres de nuevo rico o no, el caso es que el nuevo técnico llegó y, pese al mal momento, ganó 11 de los 15 partidos ligueros que quedaban; además, dejó prometido que la temporada siguiente serían primeros. Y sí, en 2003 se llevó la Liga, con récord de puntos incluido, relegando al Benfica a la segunda plaza. La Copa la ganó contra el Leiria, su otro ex equipo. Sumó la primera Copa de la UEFA del club. Una temporada espectacular que palidecería rápidamente: en 2004 repitió Liga (le sobraron cinco jornadas) y se coronó con la Champions. All-in y todas las fichas para Mou.
A estas alturas de la historia, el retrato de Mourinho es el de un entrenador de éxito fulgurante que, sin embargo, no se ha doctorado. Porque ganar ligas con el Oporto es relativamente fácil (solamente otros cuatro equipos -Benfica, Sporting, Boavista y Os Belenenses- lo han logrado en Portugal, y dos de ellos en una sola ocasión), y la Champions de aquel año, que me perdonen los semifinalistas, es una de las más extrañas (léase flojas) de la década. En otras palabras: a Mou le falta consagrarse en una liga grande. Y empiezan los coqueteos con la Premier. El elegido es el Chelsea del riquísimo Roman Abramovich, aunque de aquella el club londinense no parecía un plato tan jugoso como aparentemente lo es hoy. Mourinho firma y pasa a cobrar una barbaridad, tanta que en la rueda de prensa de presentación se le pregunta varias veces por su sueldo y el portugués sostiene que no le parece descabellado. “Soy el campeón de Europa y creo que soy especial”, dice. Los tabloides coinciden en el bautizo: The Special One.
Seguir la trayectoria de Mou desde ahí, recordarla incluso, es fácil. Se cruza con el Barça en su primera Champions blue, eliminando a su ex equipo en aquellos octavos marcados por un gol de Ronaldinho que Cech, de vez en cuando, en algún día lluvioso de Londres, todavía intenta descrifrar. Luego, en semifinales, el Liverpool es demasiado rival. En 2006, repetición de la jugada: misma ronda, octavos de final, mismo choque, Chelsea-Barça. Solo que esta vez la moneda cae del lado culé en la eliminatoria del teatro de Messi. Dos temporadas, dos tropiezos en Europa, ambos contra el futuro campeón. Pero la hinchada del Chelsea no es muy exquisita: Mou les ha dado dos Ligas consecutivas, las primeras desde la única que ganaron, allá por 1955. En su debut bate el récord de puntos (95) y el de goles encajados (15); en la segunda, certifica el título matemáticamente en casa, ni más ni menos que contra el Manchester United, al que ventilan por 3-0. Mourinho recibe la medalla de campeón y la tira a la grada. Al rato le dan otra medalla: a la grada también. El aficionado le adora. El ecosistema al completo de un club huérfano de Ligas durante 50 años, obviamente, se rinde a José Mourinho.
Lo único que chirría en el paraíso blue del portugués son los roces con Roman Abramovich, presidente y dueño de la cartera, y Frank Arnesen, director deportivo. Una guerra fría vox populi que a Mourinho, probablemente, le da bastante igual: si no es el Chelsea, otro será. Así, tras su temporada más gris en Londres (subcampeonato liguero y FA Cup), The Special One abandona el barco al poco de empezar la 2007/08, en el mes de septiembre. Año sabático y al Inter, con el que firma en verano de 2008. Su primera rueda de prensa es en italiano. Esta vez no se autocondecora con un título, pero a cambio afirma haber aprendido el idioma de su nuevo club en tres semanas.
Si el Chelsea representa el hermano pobre convertido en rico de la noche a la mañana, el Inter encarna quizá como nadie la figura del pupas. El niño que siempre vuelve a casa con la rodilla magullada, el que cuando hay un pelotazo en el patio siempre tiene la cara a punto. Y lleva gafas. Nadie discute la condición de grande italiano del Inter, pero lo cierto es que desde sus dorados años 60 (tres Ligas, dos Copas de Europa, dos Intercontinentales), y hasta la llegada de Mou al banquillo, en el palmarés lombardo hay seis raquíticos scudetti, dos de los cuales son bastante cuestionables: los dos primeros de Roberto Mancini en el banquillo. La Liga de 2006 le fue adjudicada al Inter a posteriori tras el caso Calciopoli, y la del año siguiente la ganó con autoridad, pero sin demasiados rivales: la Juventus estaba en Segunda, la Lazio partía con tres puntos menos, el Milan con ocho, la Fiore con 15…
Pupas en el 67, cuando llegó líder a la última jornada y solo necesitaba sumar un punto o esperar que la Juve no ganase; pasó que el Inter palmó con el mediocre Mantova (1-0, para colmo con gol de un ex jugador interista) y que la Juve tumbó 2-1 a la Lazio. Pupas nuevamente en 2002, cuando empezó la última jornada líder y la terminó tercero. Pupas pese a tener en sus filas a jugadores como Bergkamp o Ronaldo, que se fueron con el magro botín de una UEFA cada uno. Pupas hasta que llegó Mourinho y les dio una Liga autoritaria en 2009 (diez puntos de ventaja) y, sobre todo, un inesperado triplete en 2010 (Scudetto, Coppa y Champions). The Special One había golpeado de nuevo, expulsando en apenas dos años a los fantasmas que poblaban el lado azul y negro de San Siro. El Inter volvía al trono de Europa 45 años después.
En el césped de esa final, a los pies de las gradas de la que será su nueva casa, José Mourinho vive en la cumbre. Ha llamado la atención del mundo gracias a una Champions con el Oporto, transformado completamente la historia del Chelsea y resucitado al gran dinosaurio del fútbol italiano. Siguiente etapa: el mejor equipo del siglo XX. Una progresión natural, un escalón más arriba. Un club, en cierta manera, ideal para su estilo. Pero The Special One, como Dios, escribe a veces sus renglones torcidos…