Duermes. Sospecho, claro, que es tu forma de huir. Huyes de esta historia que hace ya algún tiempo que nos abandonó, que nos dejó colgados, como si fuéramos dos coyotes fracasando en nuestra persecución del correcaminos, el cielo abierto a nuestros pies cuando creíamos pisar tierra firme. Tú lo viste antes, y por eso huyes, por eso te escondes, por eso duermes. Yo lo estoy descubriendo ahora, pero no quiero dormir. Claro que dormiría contigo, pero prefiero mirarte y guardar el sueño para cuando no estés. Prefiero mirarte. Tienes un cuerpo delicioso que echo de menos. Veo tus manos, únicas, polémicas, las mejores del mundo. Sueño con el momento en que vengan a buscarme. Se me detienen los ojos más de lo legal en tus muslos, en tu escote, en tu cadera. Recorro cada uno de los mechones que te tapan la cara, y miro a través de ellos para confirmar que, efectivamente, podría dibujar tus ojos de memoria, esos espejos en que llevo tanto viéndome. Escribo mentalmente letras de canciones al ritmo de tu respiración mientras maldigo al colchón por acogerte más de lo que jamás me dejarás volver a acogerte a mí. Cuento los centímetros que van desde tu brazo estirado hasta los dedos de tus pies, y me voy despidiendo de cada uno de ellos. Te intento mirar por dentro, pero sé que no quiero ver ya lo que hay allí…
Próxima estación: adiós
