En el verano del 98 los adolescentes se dividían básicamente entre heaviatas y maquineros, aunque algunos estábamos tan despistados que no encajábamos en nada ni nos enterábamos demasiado de lo que se cocía: de hecho, estoy hablando de 1998 y el verano de La flaca había sido el anterior… En realidad no me interesaba mucho la música, o no tanto como al resto del mundo. Me fijaba ya en Sabina, pero eso no era demasiado social a los 16 años.
En aquellos días de Mundial, allá por las fechas de un Brasil-Holanda de semis, a una chica le dio por hacerme caso, lo cual fue novedoso e inexplicable. Era una chica de la tercera vía: ni heaviata, ni maquinera, le iba el grunge. Y tenía una actitud muy grunge. Afirmaba que moriría a los 27 (¿o a los 35?), un rollo que a mí me repelía bastante, pero en general era bastante alegre y tenía unos bonitos ojos del color del tabaco, así que compartimos proyectos y sueños durante los diez días que tardó en decirme que llevaba ocho liada con otro. A mí no me resultaba motivo suficiente para dejarlo, pero al parecer sí lo era. No se puede decir que no aprendiese grandes lecciones vitales de aquella chica…
Como buena grunge, la única canción que parecía gustarle de Jarabe de Palo era El lado oscuro: una letra castigada, desesperada, resignada, gris oscura… Me la contagió, claro. A los 16 años y siendo un Paco Martínez Soria del amor lo raro es que no me contagiase también Nevermind. Desde ahí entré de lleno en el primer disco de Pau Donés, y llegué justo a tiempo de ir corriendo a comprarme el segundo, que salió publicado aquel septiembre. “Depende”, leía yo pensando en segundas partes. “Vive y deja vivir”, decía ella.
Así que exprimí aquellos dos primeros discos de Jarabe de Palo en solitario, y acabaron siendo uno de mis grupos favoritos. Me subí al carro de la sencillez absoluta de Quiero ser poeta (“me das miedo y siento pena”) y al vitalismo de El bosque de palo (“ya llevamos unas semanas de primavera”). Me apunté las lecciones de Quítame la vida (“alivia ese dolor o quítame la vida”), que jamás me sirvieron de nada, y estoy seguro de alguna vez pensé en alguien leyendo la letra de Agua. Tardé algunos años en situar La plaza de las palmeras (“en los bares de la plaza se comercia la mandanga, jazz, flamenco, mambo y salsa”) y otros tantos en quitar Depende de tono de despertador. Aún hoy en día hay algo pavloviano en esas primeras notas…
Hay más: tuve una camiseta amarilla, querídisima por mí, con aquellas icónicas raspas en el pecho, que por otra parte fueron mi fondo de pantalla durante un tiempo. Y, sobre todo, mis primeros nicks en internet eran variaciones del nombre del grupo, hasta que en una de esas deformaciones di con xerop, que pretendía ser la traducción al catalán de jarabe. Otro descubrimiento tardío: la ortografía correcta es xarop… Después de eso compré religiosamente el tercer disco, posiblemente también el cuarto, pero nada fue lo mismo. Entonces ya estaba establecido Sabina y acababan de llegar Calamaro y Drexler, y Jarabe me parecía demasiado facilón. Me acabé bajando del carro, aunque aún tuve tiempo de verlos en concierto, en la sala Apolo.
La música es inseparable de los recuerdos. De los buenos, de los malos y de los que fueron malos y ahora son tesoros. Yo no tengo ni idea de música, pero si tenías 16 años La flaca podía ser un disco cojonudo como solo pueden serlo las canciones a los 16 años, que no son canciones sino voces en off de tu vida. Por eso hoy me da mucha pena que se haya muerto, tan joven, Pau Donés. Adeu, Pau.